top of page

el crujir del fuego

Gerardo Javier Garza Cabello


He construido un capullo de horas calladas, hilado con hilos de días que están muriendo. Sus paredes vibran con el calor de sombras familiares y se vuelven un santuario donde ensayo el lenguaje de mis cicatrices— cada una es un dialecto que narra cómo sobreviví en el mapa donde la luz no ha vuelto a tocar las paredes.


Pero últimamente, algo parpadea en la cámara de mis costillas, susurrando como el crujir de las brasas. Lame los bordes de mi inercia y amenaza con extinguir los guiones que he memorizado hasta reescribir mi nombre en el humo. Y me he vuelto hábil en el arte de cuidar este fuego frágil, lo alimento con retazos de viejos poemas y con ellos veo roer la leña en mi cautela. Algunas noches, baila salvaje, imprudente y refleja las estrellas que tanto he tratado de evitar y me recuerda todo aquello que se ha vuelto intocable.


La paradoja es ésta: quedarse es consumirse, sin arder por completo. Emerger es arriesgarse a la indiferencia del viento, cambiar el zumbido de la descomposición segura por el terrible privilegio de las alas. Trazo el contorno de mi metamorfosis, una silueta mitad ceniza, mitad promesa y la llama rechina; se estremece, no soy prisionero ni renacer, solo un cuerpo aprendiendo a contener el fuego hasta dejar que la quemadura y el refugio compartan la misma piel.


Tal vez la transformación no sea un desprendimiento, sino una acumulación de lenguas chamuscadas llenas de silencios carcomidos por polillas, tejidos en algo que respira y arde. Sigo siendo el guardián de mis horas calladas, pero ahora también atiendo el fuego, dejando que grabe su frágil alfabeto en la oscuridad que alguna vez llamé hogar.

Comments


bottom of page