
Tengo un "te extraño" atorado en mi garganta. No tengo el valor de pronunciarlo, así que supongo que estará ahí, deambulando por mi pecho, hasta que se extinga como una luciérnaga en invierno. Tal vez renacerá al reflejo de días marcados por la nostalgia.
Recuerdo el inicio de febrero, la Pascua que pasamos en ese viñedo. Recuerdo la mirada cómplice de otros ojos en la distancia. Nunca volverán a ser nuestros ojos y un suspiro.
Nos queda la luna de Coahuila y el recuerdo de otros días. Nos queda el insomnio y las peleas. Nos queda la distancia que nos quema. Nos queda el adiós y el hasta luego.
También tengo tatuado un verano y los últimos días que hicimos. Recuerdo los puentes de barro y la tristeza. Recuerdo ese día sin viento en el que devolví todo aquello con tu nombre, tus letras, tus risas, y hasta esa taza con mis labios y los tuyos en sus bordes.
No pude evitar, al dar la vuelta en tu esquina, gritar un poco y en silencio. No fuera a ser que los recuerdos más bellos se empaparan de melancolía y se volvieran grises trazos sin el alma de tu abrazo, sin el aroma de tu cabello, sin la humedad de tus ojos brillando desde lejos.
Solía decir que me bastaban los recuerdos, pero en ellos no encuentro tu voz mientras despiertas. Ya no puedo rememorar el aroma de tu cuello y la forma en que tu cabello se enredaba entre mis dedos. Puedo cerrar los ojos y ver cómo sonries con la mirada, tus cejas negras y rizadas y la pequeña curva de tu nariz afilada.
Extraño más cosas de las que puedo recordar de nuestros párrafos en la libreta que me obsequiaste. Esa de cuero en la que solo escribía con tintero. Llena de trazos y garabatos y laberintos donde escondía entre adjetivos los millones de instantes que pasarán de la memoria al olvido.
Porque eras eterna
y te estoy olvidando
y no quiero aceptarlo.
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