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Gerardo Javier Garza Cabello

sobre la soledad



La soledad tiene un poder implacable; vive su silenciosa existencia y sucede inadvertida. Puedes estar solo entre los demás (como describiría Oliveira la muerte de aquel anciano solitario en París en Rayuela), puedes nunca sentir soledad y estar absolutamente solo. Es un manto suave y lo rodea todo; es espejo y musa, a veces neblina violenta, pero nunca se ensordece y nunca se disipa por la normalidad... Es, tal vez, la primera sinfonía del hombre.


Le tememos como quien teme un mar desconocido, y nos obliga a la tarea de encontrarnos, de vivir los laberintos en los que creemos escondernos. Y a menudo la observamos como un vacío que consume; no es nuestra, pero está hecha de nosotros y tiene la mágica cualidad de enseñarnos nuestros miedos. Del otro lado de ese mismo espejo, puede moldear nuestras virtudes y enaltecer los resquicios de nuestro ego. Baila al ritmo perdido del clamor moderno, se enreda en todos los hilos del tapiz de nuestros deseos.


Luego existen también matices complejos a la aventura de sentirse solo; puedes llenarte de solitud en el amor, entre las risas, con el periódico y la mancha de tinta mientras transcurre toda tu vida, lleno de cosas, de gente, de anécdotas de otros. La soledad es un reflejo gregario, te acompaña y te hace manada, una manada honesta, de bosque lleno de árboles y parvadas de pájaros bajo las estrellas. Eres tú contigo, sin el ruido moderno, sin las junglas de concreto.


Abrazar la soledad es un acto de valentía, requiere valor. Es rebelión contra la distracción perpetua. En la quietud, confronto mi ser—luz y sombra—descubriendo que ambas son esenciales. No temamos el susurro del viento ni los momentos sin llenar. En estos espacios también te encuentras tú, la única constante eterna, donde estás te encuentras, sanando fracturas causadas por un mundo demasiado ruidoso. En la soledad no encuentro vacío sino plenitud; ahí nace la creatividad.

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