Me intriga saber qué existiría en todo aquello que nunca sucedió, y me remonto tan lejos como mi memoria me permite, tratando de recoger, en pedazos de mi historia, códigos que descifrar, rosas que marchitar, besos que recordar. Me quedo estático en alguna escalera que da al claro de tu portal, para verme besarte y sentir esa humedad, recorrer con mi olfato tu esencia, aspirar tu alma perpetua y agregarle matices de ti que no me han tocado vivir. Resuenan campanas distantes, levito hacia un manto flotante y te veo tan bella como eras, con la delgada coleta de la trenza de tu cabello, la armoniosa sonrisa de mis desvelos y tus manos que tienen más líneas que olas el mar. Me pongo a pensar si existe tal vez un universo donde tu perfume no me haga llorar, si en alguno de ellos esto terminaría con las arrugas de tu voz llamándome a cenar, si llegarías a ser tan bella como me imaginé alguna vez, cuando se te llenara de arrugas la sien, en el tiempo que pensé sería mío también.
Y repasar de nuevo otros instantes, donde yo no te acompañé, como espectador al borde de una locura sutil, donde mi mente se niega a dormir, y me acompañan los grillos de la noche estrellada y alguna triste bocanada de aire prestado y a ratos, donde no está mi brillo en los ocasos, de las noches que no me pude beber. Me absorbe el deseo de olvidarte, ya no quiero la prisión de esos instantes, donde la alegría no costaba tanto, donde bailar contigo era un encanto, que siempre terminaba con tu dedo callando mis labios, porque nunca supe callar, y solo dejarme llevar por la mágica ilusión de contemplarte. Qué angustia debió arrebatarte, al entender que mis palabras escondían mil misterios que nunca pudiste comprender.
Extraño más a quien fui ayer que al que seré mañana, porque tu vida será una bofetada, que me perseguirá incesante hasta que no me queden más recuerdos que olvidar.
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