Un día, dos almas se encuentran en laberintos que nunca pensaron explorar. "Ojalá estuvieras aquí, ojalá yo estuviera allá", comparten en complicidad, un anhelo sin dimensiones ni tiempo que se vuelve el mensaje en una botella de las fronteras de sus océanos. En un solo aliento, les toca ser testigos del crepúsculo que se queda atrapado en las farolas de la calle, el tráfico de la ciudad creando melodías, su tacto estoico dibujando sonrisas, los ríos de palabras que fluyen como parvadas de los pájaros que ella temía, la paz y el azar, las flores de la cocina y la explanada de recuerdos que romantizarán como si cualquier anécdota fuera un poema, la narrativa en una fuente que se llena de deseos y se tiñe de los colores de sus ojos y los de él.
Que ella acaricie las mejillas de él con sus manos frías, y él encuentre un bálsamo que desconocía y que resulta ser la cura su angustia, desafiando todo lo que hasta ese día conocía, ser un momento eterno que por siempre vivirá en las paredes de este lugar, abrazos de paz, el refugio donde crecerán las flores de todas las primaveras, los latidos de sus historias, las heridas que no se tocan y la energía que los hace recordar, para qué sirve el corazón.
Lo breve que hoy sienten que es la vida, entender que no les alcanzará para la magnitud de sus anhelos, la pequeña ansiedad de entenderlo, no habrá tiempo suficiente para este amor, ni aunque logren vivir 10 vidas, reencontrarse les dejará este sinsabor, no caben en el cosmos, su amor es toda la tela de este universo, en silencio, con sus miradas, pronunciarán todos los verbos que se han pronunciado, y entenderán al final, que no buscaban el amor, ni el amor los encontró, el amor eran ellos.
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