Un beso de décadas atrás resurge, no como un fantasma, sino como un fragmento vivo y palpitante de lo que somos; testimonio de la elasticidad de las experiencias: un mirador en donde alguna grieta del tejido del tiempo nos mueve en un jeté del ballet donde danzan la realidad y sus promesas. Y no solo recordamos: reescribimos, manipulamos, distorsionamos; manos temblorosas trazan nuevos significados sobre páginas viejas. Lo que antes parecía trivial —una mirada compartida, una mañana tranquila— se ilumina de repente en retrospectiva, al comparar cómo aquel recuerdo se materializa en una realidad mágica. No recordé lo que pasó décadas atrás, lo volví a sentir en este lugar, desde otro tiempo y con otro aliento.
Desde los pliegues del tiempo no lineal, entendemos algunos sueños que sabían a misterio. Comprendemos que el significado de un instante no se fija al nacer, sino que se revela lentamente, como si se desplegara en capas; su verdadera forma visible existe en días futuros. Pero el tiempo no lo limita a la memoria: el tiempo es su propia realidad, y en ocasiones se vuelve materia. La risa de un niño detiene el reloj; el peso de una pérdida lo paraliza por completo. Un primer beso navega estaciones, nos ve envejecer si tarda en volver y, cuando vuelve a suceder esa accidentada búsqueda, abre aquel relicario donde guardaste por años la sensación de sentir. No fue cualquier suceso —no fue solo un beso—, fue el volver a estar frente a aquel lienzo en el que decidiste algún día llenar de pinceladas paisajes que se hicieron vida.
Antes creía que los recuerdos eran fragmentos de un laberinto eterno, pero he aprendido que solo eran ternura: tiempo que se dobla, intervalos rotos donde los viejos deseos se encuentran con nuevos colores. Lo que imaginé como una línea recta entre el génesis y el ocaso era, en realidad, un mosaico escrito en espirales. Aquello que más añorábamos regresa justo cuando parecía olvidado, y enredamos nuestras manos en el tejido de un nuevo universo. En este acto de reconciliación, hacemos las paces con las sombras del pasado, con las desgracias que nos trajeron hasta aquí. Frente al lienzo, que una vez llenamos con paisajes de vida, entendemos que todo, incluso lo perdido, sucedió para poder llegar hasta aqui.
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