La vida se me antoja absurdamente pesada hoy. La luna cuelga como un faro en el cielo, y las calles se iluminan con su breve y casi inadvertido halo. Mi mente lucha por silenciar el eco del pasado; viejas memorias se entrelazan con nuevos sentimientos. Me siento indefenso, preguntándome si ahora soy más maduro o si es una madurez distinta la que me arropa. Tal vez aquella versión de mí fue más valiente que esta, que comienza a dejarse llevar por la cobardía que trae la sensación del final. Porque habrá un final, y cuando llegue, sentiré que me faltó tanto por hacer.
La vida se me presenta como un laberinto, y en la libertad de mi imaginario puedo transportar distintas versiones de mí a otros tiempos. Creo que esa es una de las raíces por donde comienza a filtrarse la ansiedad. Estos capítulos no me llevan a ningún lugar, son garabatos distraídos que me conducen a perder la poca cordura a la que me sigo aferrando. Todos los pasos que he dado parecen predestinados y, al mismo tiempo, tan arbitrarios. Mi locura se asemeja a una paradoja, una premonición, como si mi alma fuera una serpiente que consume su propia cola.
¿Habrá algún significado en los patrones de mi historia, en las constelaciones que imagino al cerrar los ojos? Los filósofos hablan de lo absurdo, de la tarea sisifiana de buscar propósito en un universo que no ofrece ninguno. Sin embargo, ¿no somos artistas de nuestro propio destino, capaces de pintar significado en el lienzo en blanco del vacío?
Observo mientras la ciudad duerme, abrazo su latido distante, su olor a asfalto, su indiferente humedad. Me detengo a pensar en los que vinieron antes de mí, en las historias de dioses y monstruos, en cómo se creó aquella mitología, en las líneas de tiempo en el árbol de mi vida. Las voces de antes me susurran; ¿será que no es mi voz hablándome en el silencio? ¿Será el producto de los milenios que se esconden en la materia que conforma mi ser? Busco mi paz en la calidez de la sonrisa ajena, deseo validar mi esencia, que me digan que soy bueno para comenzar a creerlo, esculpirme una nueva verdad.
El cielo comienza a sangrar tonos de oro y carmesí, y con él llega una muy grata tranquilidad. Los nudos de la vida se desenredan, y la misma incertidumbre se vuelve deseo. Nos paramos en medio de las ruinas del pasado, con tranquila rebeldía, y entendemos que somos los arquitectos de nuestro destino. Bailamos en lo absurdo y saboreamos nuestra pálida existencia, encontramos alegría en las cosas sin respuesta y aprendemos en el insomnio que la ansiedad sucede de noche.
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