Hoy conocí a mi alma gemela, pero he llegado tarde. La encontré con las alas rotas y los pies cansados. La admiré entre la bruma perpetua que rodea su halo. Yo la pude reconocer, pero ella no. La magia del hilo que nos une la quiso atrapar, pero ella creyó que era un engaño. “Ya ha dolido tanto,” pensó, no quiso vulnerar su corazón. Qué ingrato el destino que me trajo a tu vuelta para oler el perfume que siempre había soñado, el matiz de color carmesí que en otras bocas siempre he buscado. Qué desgracia que estés a pedazos, que no haya en este mundo poemas lasos, que te dejen sentir esta alma que está explotando por ti.
Me he tenido que beber ese rechazo, que comienza a apagar el alba del amanecer que había en mis pupilas, porque eras tú mi sinfonía, la que he escuchado los días más grises, la que me ha curado cicatrices. Qué ironía que hoy, que te he notado, que eres materia, que al fin estás aquí, estés provocando en mí la tristeza más compleja, la de la historia que no fue contada, la del punto al final del enunciado que nunca fue verbo, que no se ha narrado. Hoy conocí a mi alma gemela, pero he llegado tarde.
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