El desafío ha sido convivir conmigo mismo, aceptando mis peculiaridades y pequeños desvaríos que, con el tiempo, se han convertido en los manuales para entenderme. Siento el paso de los años en cada reflejo del espejo y recuerdo cada memoria de otros tiempos, con menos canas y menos miedos, dejándome la certeza de que el tiempo avanza sin pausa. Observo cómo las novedades pierden su brillo y su capacidad de sorprenderme. Antes, cada nuevo descubrimiento era una ventana abierta a lo desconocido, una invitación a explorar mundos inéditos. Ahora, esas mismas novedades me parecen variaciones inútiles de lo que ya conozco, meras sombras de ideas ya contempladas. Es como si el universo se hubiera estancado en una repetición constante, donde lo verdaderamente innovador es doblegado por la determinista costumbre.
He aprendido en este tiempo a mediar la vida y su ritmo (y eso es un arte por sí sola), me ha enseñado a valorar la quietud sobre el bullicio y, aunque a veces me seduce lo efímero, paso más tiempo pensando que actuando. En ese espacio de introspección, las respuestas que tanto anhelo emergen con naturalidad, ocultas tras el velo del ruido cotidiano, y he aprendido a apreciar lo que sucede dentro de mi ámbito, en el dominio que reside en mí.
He aprendido a no depender de nadie para sentirme completo; paradójicamente, odio estar solo. Aun así, mi camino parece permanecer firme. Ahora me motivan pequeñas victorias, como la comprensión más profunda de lo que realmente me importa. Las líneas en mi rostro son testimonios silenciosos de mi experiencia, cada una narrando una historia que las novedades pasajeras nunca podrían reemplazar. Quisiera pensar que al menos he acumulado sabiduría, pero me juzgo impecable y me siento aún tan ignorante.
Me he sentido peligrosamente cómodo con la compañía de mis propios pensamientos, sin la interferencia de voces ajenas, y en mi soledad encuentro una libertad que rara vez experimento cuando salgo de mí. Ahora acepto envejecer no como una pérdida, sino como una transformación, como un símbolo. No me preocupa el paso del tiempo, sino la riqueza que trae consigo, y aunque en este recorrido puedo ser simplemente yo mismo, sin adornos ni pretensiones, me desploma la tristeza de saber que mis días serían mejores si tuviera con quién compartirlos.
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